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Puro realismo

Colombia

Por Antonio Caballero

Semana.com

OPINIÓN

Esas bases en el mundo no tienen por objeto combatir el narcotráfico o el terrorismo, sino defender los intereses imperiales de Estados Unidos

Sábado 15 Agosto 2009

Recordaba pertinentemente Hugo Chávez en su entrevista a RCN que los Estados Unidos nunca han permitido que sus tropas estén bajo mando extranjero, ni siquiera en las misiones de Cascos Azules de la ONU. Con lo cual la afirmación de que en sus nuevas bases en Colombia se someterán a la autoridad de los oficiales colombianos no pasa de ser un? chiste. Recordaba también la lista interminable (o no terminada todavía) de gobernantes de América Latina derrocados por intervenciones militares gringas. Pues el imperio norteamericano -y en eso también tiene razón Chávez- tiene intereses superiores a los de su timonel de turno: Barack Obama es una anécdota.

Y esos intereses no pasan por los pretextos aducidos para la instalación de las bases, como fingen creer quienes las defienden: la ayuda a los gobiernos locales para combatir el terrorismo, y la ayuda para combatir el narcotráfico.

La ayuda contra el terrorismo -o sea, en el caso colombiano, la intervención en la guerra interna contra la subversión de las Farc- estaba explícitamente excluida del Plan Colombia tal como se firmó en tiempos de Andrés Pastrana y Bill Clinton. Sólo empezó a operar, bajo George Bush (y Pastrana: y creo recordar que sin consulta al Congreso), tras los ataques contra las Torres Gemelas de Manhattan, en 2001, cuando el gobierno norteamericano proclamó la «cruzada global contra el terrorismo»: con el resultado, visible para quien quiera verlo, de que el terrorismo se ha multiplicado en el mundo. Pues en todas partes las guerras internas se agravan cuando los Estados Unidos deciden «ayudar»: hasta en Irlanda.

En cuanto al narcotráfico, no está en los intereses de los Estados Unidos el acabar con él. Siempre han dicho, por lo demás, que sólo pretenden reducirlo a la mitad (con el consiguiente efecto de encarecer la droga, mejorando así el negocio de las mafias que la controlan); pero ni eso han conseguido. Como le recordaba Chávez, también pertinentemente, a la falsa ingenua Vicky Dávila de RCN, donde llegan las tropas gringas se dispara el consumo de droga. Y en cuanto a la producción, ¿se ha visto -por ejemplo- que la de opio haya disminuido en Afganistán desde que el gobierno de Bush les declaró la guerra (que sigue) a los talibanes? Al revés: se ha multiplicado. No sobra recordar que el consumo masivo de drogas es una invención norteamericana, que data de los tiempos de la guerra del Vietnam. Y, de pasada, que el negocio de la droga comenzó en Colombia -en los tiempos bucólicos y casi incruentos de la bonanza marimbera de los guajiros y los samarios- de la mano de los pilotos gringos veteranos del Vietnam que hicieron los primeros embarques. Y, por otra parte, treinta años de experiencia enseñan -o deberían enseñar a quien no esté voluntariamente ciego- que la guerra contra la droga es un completo fracaso, y ha agravado el problema en lugar de resolverlo.

Los que afirman, con aparente seriedad, que esa batalla se está ganando en Colombia, ¿es que no miran en torno? ¿Es que el elefante de la droga se mueve sigilosamente «a sus espaldas», como decía Ernesto Samper cuando descubrió que había ganado la Presidencia comprando las elecciones con dinero del cartel de Cali? Álvaro Uribe, al pedirles a sus parlamentarios que le votaran sus proyectos «antes de ir a la cárcel», reconoció tácitamente que también él le debía su presidencia a la droga: a los votos que los narcoparamilitares les pusieron a los candidatos del uribismo, y por supuesto a Uribe mismo, en las regiones rurales. Cualquiera que quiera ver ve que la droga sigue siendo el eje de la economía y la política colombianas. ¿O es que de verdad cree alguien que sólo las Farc la manejan? No, también las Farc. Y en cuanto a los que dicen, también con aparente seriedad, que gracias a la ayuda gringa (de la base de Manta en el Ecuador) se han podido hacer grandes incautaciones de droga que salía de Colombia rumbo a los Estados Unidos, en esas aguas territoriales colombianas cuyo control les debió Samper a los norteamericanos para que no se lo llevaran preso por narcotraficante, como habían hecho con el panameño Manuel Antonio Noriega ¿es que no se les ha ocurrido que sería más fácil -o por lo menos igual de difícil- hacer esas incautaciones en aguas norteamericanas, a la entrada, y desde bases en territorio norteamericano? Porque la droga sale de aquí: pero entra allá.

No: las bases militares norteamericanas -un centenar en todo el mundo- no tienen por objeto ayudar a perseguir el terrorismo ni ayudar a combatir el narcotráfico (al margen de que cuando lo hacen agrandan el problema). Tienen por objeto, desde la de Diego García en el océano Índico o la de Rota en España hasta la de Palmerola en Honduras y la de Palanquero en Colombia, defender los intereses imperiales de los Estados Unidos. Y esta defensa ha requerido numerosas invasiones a países latinoamericanos y aún más numerosos golpes militares (el más reciente es el de Honduras, hace un mes), como deberían saber los que defienden las bases, a la vez que niegan que sean bases.

Y si se engañan ellos mismos creyendo que el imperio es su amigo, que recuerden la suerte corrida por quienes se creían amigos del imperio: Mobutu del Congo, el Sha de Irán. Hasta Saddam Hussein de Irak se creyó su amigo cuando le dieron armas para que le hiciera la guerra a la Revolución Islámica de su vecino Irán: una guerra que a los dos países les costó millones de muertos.

Tiene razón Hugo Chávez cuando teme que las bases en Colombia tengan algo que ver con su Revolución Bolivariana. Lo llaman paranoico. Es sólo realista.

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La soberana gana

Colombia

Por Antonio Caballero

Semana.com

OPINIÓN

Cuando quisieron salir de Noriega, lo definieron como narcotraficante. Y para capturarlo bombardearon Panamá desde la base de Howard

Sábado 8 Agosto 2009

La tesis del gobierno es que la soberanía consiste en entregar la soberanía. Y sí, bueno: paradójicamente, esa entrega constituye un acto soberano. Para ceder algo, es necesario tenerlo. En la Roma antigua, y también en los Estados Unidos de los tiempos de la colonización del salvaje Oeste, se daba con frecuencia el caso de hombres libres que se vendían a un rico en calidad de esclavos por un período determinado, y a veces de por vida. La esclavitud voluntaria no es un estado particularmente decoroso, pero en fin: cada cual pone su honra donde le cabe.

Ahora bien: esas cosas hay que explicarlas. El de las bases norteamericanas en territorio colombiano no es «un acuerdo transparente», como lo llama el general Freddy Padilla, comandante de las Fuerzas Militares. Tan no lo es, que el presidente Álvaro Uribe tuvo que emprender una atropellada gira por siete países amigos para explicárselo en persona a sus presidentes en reuniones a puerta cerrada, no quiso, en cambio, dar esas mismas explicaciones en público, como se lo pedían los presidentes de Brasil y Chile en la cumbre de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) que se reúne en estos días, en Quito. Pero donde hay que dar explicaciones no es ni en Unasur públicamente, ni en privado en Lima o en Asunción, sino aquí.

Ese acuerdo, que el general llama «transparente» a pesar de que es secreto, hay que explicárselo a los ciudadanos colombianos, y no a los mandatarios extranjeros. Y en primer lugar a sus representantes en el Congreso de la República, tal como lo dispone la Constitución, ese pobre papel con el cual limpian periódicamente las vergüenzas el presidente Uribe y sus áulicos. Sin duda el Congreso, que es uribista y arrodillado, aprobaría la cesión de la soberanía si se lo preguntaran. Pero darlo por sentado desdeñosamente de antemano equivale a señalar la inutilidad del Congreso, reducido al papel de pagar sueldo a los congresistas para que rubriquen las iniciativas del Presidente: de ahí a cerrarlo no hay un paso (y el cierre constituiría un importante ahorro para la vena rota del gasto público). Como sólo es un paso el que lleva a nombrar por decreto Fiscal y Procurador desde el engorroso método actual de presentarles a las cortes ternas impresentables. Y un paso es el que lleva a clausurar también las cortes, en vez de tener que recurrir al fastidioso recurso de no acatar sus fallos .

Serían pequeños pasos que, sin duda, la opinión uribista aplaudiría con los ojos cerrados (y la boca también: es «mayoría silenciosa»). ¿Y por qué no dar otro más, y cerrar también la prensa? Así se evitaría la costosa extravagancia de hacer giras de explicación «mudas», como han dado en llamar a las que excluyen las declaraciones públicas. Porque ¿cómo hacer declaraciones públicas sobre tratados secretos?

Tan secreto es este que ni siquiera lo conoce el Congreso de la contraparte, el de los Estados Unidos. O, al menos, no se sabe que lo conozca. Ni lo conocía el ex ministro de Defensa Juan Manuel Santos, a no ser que estuviera mintiendo deliberadamente cuando aseguraba hace un año que no habría bases. Y por lo visto no lo conoce tampoco el nuevo ministro, a quien ni siquiera invitaron a la Conferencia de Seguridad de Suramérica convocada en Cartagena, al alimón, por las Fuerzas Militares de Colombia y el Comando Sur de los Estados Unidos. (De este comando viene la palabra «Sur» del título de la conferencia, que en inglés se llama «SouthSec»).

Fue allí, en los salones del Santa Clara Luxury Hotel, donde el general Padilla The Lionheart filtró la información reservada de que las bases para uso de los norteamericanos en Colombia ya están entregadas y no van a ser ni tres ni cinco, como se había hecho creer en un principio, sino siete: dos navales, dos terrestres y tres aéreas. Y añadió sibilinamente que «nadie distinto a los terroristas y a los narcotraficantes debe temer por este acuerdo».

Pero ¿y quién define quién es un «terrorista» y quién es un «narcotraficante»? Los Estados Unidos. ¿Y cómo? Pues como les dé la soberana gana, de acuerdo con lo que les dicte su interés. Sobran los ejemplos. Para poner uno geográficamente cercano: cuando quisieron desembarazarse del general panameño Noriega, que se había vuelto incómodo para ellos después de haberles prestado durante años invaluables servicios a sueldo de la CIA, lo definieron de pronto como narcotraficante. Y para capturarlo bombardearon la ciudad de Panamá desde la base Howard que entonces manejaban, amistosamente por supuesto, en su territorio. Por eso tienen razón en sus temores los Presidentes de Venezuela y Ecuador: su vecindad con las bases norteamericanas en Colombia los pone a tiro. Y tienen razón también los de Brasil y Uruguay y Bolivia y Paraguay y la Argentina y Chile: todos esos países padecieron feroces dictaduras impuestas y respaldadas por los Estados Unidos. Saben por experiencia -que lo diga la presidenta chilena Michelle Bachelet, torturada en las cárceles de Pinochet- que los amigos norteamericanos no son de fiar.

Y a lo mejor tiene también razón, desde su propio punto de vista, el presidente Uribe: con la cesión de las bases militares quiere comprar su respaldo. Así hizo Franco en España. Y gracias a eso murió cuarenta años después tal como quiere Uribe: en su cama, y en palacio.

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Estados Unidos utilizará en total siete bases militares en Colombia

Colombia

SEGURIDAD

Semana.com

El comandante de las Fuerzas Militares, general Freddy Padilla de León, anunció en Cartagena que los norteamericanos podrán usar también las bases de Larandia, en Caquetá, y Tolemaida, entre Tolima y Cundinamarca.
Martes 4 Agosto 2009

Durante la instalación de una cumbre de generales en la ciudad de Cartagena, donde participan militares de varios países de la región, el general Freddy Padilla de León, ministro de Defensa encargado, anunció la lista completa de las bases militares que podrán utilizar uniformados norteamericanos.

Las bases son las de Malambo, Atlántico; Palanquero, en el Magdalena Medio; Apiay, en el Meta; las bases navales de Cartagena y el Pacífico; y ahora, el centro de entrenamiento de Tolemaida y la base del Ejército de Larandia, en el Caquetá.

“Se trata de profundizar unas relaciones que han venido siendo exitosas con el acceso a bases militares colombianas. No son bases norteamericanas, son colombianas, pero brindamos la posibilidad de que accedan a nuestras instalaciones”, dijo el general Padilla.

Esta decisión, que se conoció semanas atrás, ya provocó serias reacciones de países vecinos como Venezuela, que decidió retirar su embajador y a casi todo el personal diplomático de Bogotá, por considerar una amenaza para su seguridad la actividad de militares estadounidenses en Colombia. Así mismo, a partir de este martes, el presidente Álvaro Uribe comenzará una gira por los países de la Unasur para aclararles los alcances de esta presencia.

Durante la presentación del encuentro, que busca explicar los alcances del pacto entre ambos países a representantes de Argentina, Brasil, Chile, México, Panamá, Paraguay, Perú, Uruguay y el propio Estados Unidos, el general Padilla dijo que los militares norteamericanos también podrían apoyar a los países vecinos, si estos así lo solicitan.

“Es en este contexto de respeto por la autodeterminación de los pueblos, de soberanías inviolables, de respeto por los acuerdos internacionales, de agresiones globales como el terrorismo y el narcotráfico, que Colombia busca fortalecer una cooperación respetuosa y moderna con el pueblo y el Gobierno de los Estados Unidos; en donde solo los terroristas y narcotraficantes deben temer. Estamos convencidos que en la medida que seamos exitosos en esta noble lucha en Colombia, contra este flagelo universal, se contribuiría positivamente a la tranquilidad regional”, dijo Padilla en su discurso.

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