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Seúl: examen a la economía global

G-20

diariodesevilla.es
La cumbre del G-20 que comienza mañana amenaza con convertirse en la más conflictiva de las celebradas hasta ahora, debido a la depreciación artificial de las monedas en países como China.
Joaquín / Aurioles | Actualizado 10.11.2010 – 01:00

SERÁ la quinta vez que se reúna el G-20 desde el colapso financiero internacional, en septiembre de 2008. La primera vez fue en Washington, en noviembre de ese mismo año, y se cerró sin apenas avances y en medio de proclamas incendiarias sobre el final del capitalismo. Era el final de la era Bush y para lo único que sirvió fue para profundizar en la concienciación sobre la gravedad de la situación y para convocar la siguiente en Londres, en la primavera de 2009. En esta ocasión se enfrentaron dos visiones. La de la vieja Europa, con Merkel y Sarkozy encabezando la defensa de la ortodoxia fiscal y la prudencia financiera, y la anglosajona, con un flamante Obama proclamando la necesidad de programas de estímulos fiscales y monetarios y de perder el miedo al déficit presupuestario. Su principal apoyo era el anfitrión británico, aunque contaba con el de otros, como el presidente Zapatero. Aparentemente se impuso la tesis franco-alemana, pero muchos gobiernos pecaron de optimismo y confiaron en la inminencia de una recuperación que había que afianzar mediante los estímulos defendidos por Obama.
La confianza en la recuperación todavía se mantenía cuando se clausuró la cumbre en Pittsburgh, en septiembre de 2009, aunque no tardó mucho en venirse abajo, especialmente tras el deterioro en las finanzas públicas de algunos países, provocado por la imprudencia de sus gobiernos, y el estallido de la crisis de la deuda soberana en Europa. La cumbre de Toronto, ya en junio de este año, culminó con fuertes discrepancias y evidentes problemas de coordinación, que han heredado los organizadores de Seúl. Propuestas como el establecimiento de una tasa sobre operaciones bancarias cayeron en saco roto y aunque hubo acuerdos de notable alcance, como el compromiso de reducir en un 50% los déficits fiscales en 2013 y de estabilizar el crecimiento de la deuda en 2016, lo cierto es que existe un notable escepticismo acerca de la posibilidad de su cumplimiento.
La cumbre de Seúl es la primera que acoge uno de los miembros emergentes, lo que ha llevado al presidente coreano a fijar entre sus objetivos la consolidación de la posición de los países emergentes y en desarrollo en las instituciones internacionales. Seguramente es algo que va a ocurrir, al margen de lo que decida esta cumbre, pero en Corea consideran que todo irá mucho más rápido y mejor si los gobiernos dan un paso atrás en la intervención de sus economías y ceden el testigo de la recuperación al sector privado. Otro de los grandes objetivos es avanzar en la regulación financiera internacional y dar un impulso definitivo a los acuerdos de Basilea III, que planteará nuevas exigencias de capitalización a las entidades financieras, amenazando con reactivar el fantasma de nuevas crisis bancarias en algunos países, como España.
También se propone la creación de un fondo de seguridad para evitar los contagios de las crisis financieras, a lo que en principio se oponen Francia y Alemania, argumentando que estaríamos creando un mecanismo de protección a los gobiernos que actúen de manera irresponsable, y afianzar al FMI en sus funciones de vigilancia de la estabilidad financiera internacional.
Reforzar el FMI ha sido una de las constantes en todas la cumbres y en todos los casos el Fondo ha respondido afirmativamente. Podría afirmarse que todos parecen estar de acuerdo en la necesidad de una institución capaz de gobernar las finanzas internacionales y hasta el propio Fondo parece asumir la conveniencia de liberarse de su controvertida imagen anterior, excesivamente ligada a la intervención en países con problemas, y adaptarse a nuevos retos. El problema es que las principales amenazas no están en horizontes lejanos ni en el tiempo ni en el espacio, sino que ya están planteadas y en el propio seno del G-20.
Por un lado están los chinos y su clara voluntad de seguir manteniendo bajo control el tipo de cambio de su moneda, a pesar de las concesiones a la galería durante la cumbre franco-china que se acaba de celebrar en París. China, con 2,6 billones de dólares, es el país con mayor volumen de reservas en divisas del mundo y, por lo tanto, con un potencial de desestabilización tan inquietante como su tozuda resistencia a los requerimientos internacionales en materia de transparencia cambiaría. Algo parecido podría decirse de Japón que, con 1 billón de dólares en divisas, es el segundo mayor volumen de reservas del mundo, que ha decidido utilizar para sumarse a la oleada de proteccionismo que recorre el mundo y que se manifiesta en la intervención de las autoridades monetarias en los mercados de divisas para forzar la depreciación de sus respectivas monedas. El más importante enemigo del FMI puede ser, no obstante, la Reserva Federal norteamericana, que también ha decidido apuntarse al conflicto monetario internacional inundando el mercado de dólares.
Habrá que confiar en la diplomacia, pero la cumbre de Seúl amenaza con convertirse en la más conflictiva de todas las celebradas hasta ahora, lo que significa que puede haber sorpresas a medio plazo. Es posible, por ejemplo, que algunos países comiencen a considerar la conveniencia de reimplantar los controles a los movimientos de capital. Es lo que hacen en China y hacia lo que apunta Japón, pero lo más sorprendente de todo es que serían las economías más desarrolladas las más interesadas en impulsarlo con el fin de defenderse del potencial desestabilizador de las ingentes cantidades de reservas en divisas que mantienen las economías emergentes y en desarrollo.

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